por: Matilde Rada
“Una nueva revolución alimentaria está en camino, construida sobre la herencia alimentaria y de agricultura de las mujeres para crear sistemas alimentarios justos, sostenibles y saludables que aseguren alimentos para todos” – Vandana Shiva (1)
El acto de alimentarnos está presente en todos los seres humanos, se ha transformado y ha cambiado con nuestra especie. Es algo que nos constituye, pero de forma diferenciada entre hombres y mujeres. Entonces ¿Cómo definen las mujeres la alimentación?
La comida es vida
Históricamente, se ha pretendido alejar a las mujeres de espacios públicos, asignándoles roles como el cultivo, la cocina, procesar y servir alimentos. Si bien se pretendía alejarlas de lo que se pensaba importante, las mujeres han resguardado los conocimientos para la reproducción de la vida mediante la construcción de sistemas alimentarios centrados en compartir, cuidar y conservar.
Lamentablemente, desde la globalización, las corporaciones de alimentos, semillas y medicamentos transformaron estos sistemas y el control de la alimentación ha pasado a sus manos. Gracias a esto, muchas semillas ya no son semillas, porque ya no se reproducen y muchos platos ya no son comida, porque no alimentan. La comida se está volviendo una mercancía.
Esto nos muestra que el conocimiento, creatividad y trabajo de las mujeres en los sistemas alimentarios se ha excluido, lo que las ha llevado a la marginalización y a la inseguridad alimentaria. Además, históricamente se ha negado a las mujeres como expertas en alimentación y se ha cerrado la vocación científica de las niñas.

Eres lo que comes
El agro negocio y las corporaciones transnacionales han encontrado en la comida un instrumento para controlar los cuerpos de las mujeres y convertirlos en objetos de consumo masculino.
Por ejemplo, en muchos lugares del mundo se hacen distinciones a partir de prácticas culturales entre lo que se entiende por comida “femenina” y “masculina”, como ensaladas para las mujeres y carne para los hombres. El agro negocio aprovecha estas distinciones, llevando los clichés de género al extremo. ¿Cuántas horas de propaganda hemos visto o escuchado para creernos que existe la “comida para mujeres”?
Este ejemplo es algo cotidiano, pero podríamos mencionar casos más extremos, como cuando escasea la comida y las mujeres deben ceder su porción a los hombres del hogar, porque “ellos necesitan más ingesta calórica”. Gracias a todo esto, la relación de las mujeres con la comida puede ser conflictiva, llegando a provocar culpa y miedo.
Pero hay que recordar que, porque algo se haya naturalizado, no significa que sea natural y hay mucho que podemos hacer para contrarrestar esta situación, como desmontar el mito del hombre cazador y la mujer recolectora, o criticar la división sexual de las dietas y la estigmatización de los cuerpos feminizados.
Comer es un acto político
Las mujeres se han reapropiado y han resignificado el cultivo y preparación de alimentos, mientras alimentan al mundo tanto fisiológica, como social y emocionalmente a través de su comida. Es tiempo de traer a la memoria colectiva que las mujeres hacen revoluciones desde actos cotidianos que se entretejen con la vida del mundo.
¿O acaso no fueron las mujeres quienes tomaron el Palacio de Versalles en 1789 demandando que la monarquía libere el pan para todos, dando inicio a la Revolución Francesa? Y acaso en Bolivia ¿no fueron las mujeres Culinarias las que desde el anarcosindicalismo lucharon contra el machismo, racismo y clasismo a comienzos del siglo XX logrando que se reconozca el trabajo de las cocineras como una profesión?
En 1995, nació el principio de soberanía alimentaria desde la Vía Campesina (2). En 2005, la marcha internacional de mujeres afirmó este principio y abrió camino para su expansión en las agendas feministas del mundo. La soberanía alimentaria reconoce los saberes ancestrales de las mujeres en el cultivo, sabor y procesamiento de la comida. Es un punto de intersección entre el movimiento campesino y el feminismo, donde hay un rechazo de la mercantilización de los alimentos y una lucha por la liberación de los territorios (incluidos los cuerpos de las mujeres).
Actualmente, la agroecología es otro punto de intersección, que incluye a más mujeres en distintos roles de los distintos sectores de los sistemas alimentarios (es decir, no solamente a las productoras, sino también a las emprendedoras, transformadoras, gastrónomas, consumidoras, educadoras, científicas, activistas, artistas, etc.) y se plantea como alternativa a los sistemas alimentarios consecuentes de la lógica del agro negocio.


Hacia sistemas alimentarios feministas
Las mujeres han tenido un involucramiento político e histórico con la comida, reconociendo a la alimentación como parte de las luchas colectivas. Ello implica hacer muchos experimentos, que hoy en día se están multiplicando en mujeres y colectivas de todas partes.
Existen miles de ejemplos de proyectos alimentarios desde las mujeres, como las ollas comunitarias, que implican la recolección, preparación y servida colectiva de alimentos en actos de solidaridad. También el fortalecimiento de los vínculos entre mujeres rurales y urbanas transformando las relaciones a través de compras directas a las productoras, intercambiando conocimientos, o realizando ferias itinerantes agroecológicas.
Las mujeres garantizan la vida y son el motor de la lucha social contra el hambre.
Están al frente de los movimientos por la diversidad de cultivos, la recuperación de los suelos, la agricultura urbana, la conservación de especies, el consumo responsable, la resistencia en los territorios, la soberanía alimentaria, la justicia social y muchísimos más.
Por eso, el 8 de Marzo (8M), día internacional de reivindicación de las mujeres y su trabajo, hacemos un llamado a la organización colectiva para la visibilización de las mujeres que luchan contra los sistemas alimentarios que las excluyen y violentan sus cuerpos y territorios, y aportan a sistemas alimentarios sostenibles, inclusivos y justos.